La corrupción es innata al hombre como la podredumbre es inevitable en la naturaleza. De la misma forma que, con el transcurso del tiempo, un cesto acabará presenciando como alguna de las manzanas que contiene muestra síntomas de putrefacción, cuando tienes un grupo humano extenso, con poder y un control que ellos mismos autoejercen, acabará contemplando como uno o más de sus integrantes han sido seducidos por la corrupción o el fraude.
La corrupción en este país siempre se ha intuido extensa y acaparada por las instancias altas y medias del sistema político. En general somos un pueblo de pueblos con tendencia a la picaresca, más tarde a ejercer pequeños fraudes, fraudes y finalmente corrupción. Eso es algo que al menos intuimos los ciudadanos, aunque bien es cierto que las cosas están cambiando… poco a poco.
Lo que de verdad enoja, o debería enojar, es el hecho de los que han sido implicados o son sospechosos de ejercer esta corrupción desde hace años son los encargados de redactar las normas y procedimientos por los cuales se evita dicha corrupción. ¿Pero de verdad somos tan inocentes como para creer que el zorro después de atacar las gallinas elaborará un buen plan de defensa del gallinero?
Cuando tenemos un cesto de manzanas y una de ellas se pudre tiramos esta manzana, pero ¿qué pasa cuando todas están podridas menos una o dos manzanas? en efecto, sacamos del cesto las manzanas que aún están bien y tiramos el mimbre con el resto de su contenido. Los partidos políticos son como cestos de mimbre con manzanas en su interior; llega un momento que la corrupción ha calado hasta tal punto dentro de su estructura que no merece la pena salvar el partido, es mejor y más práctico que los poco políticos que se han conservado honestos se retiren – quizá formando una nueva marca – y dejen que el Partido Podrido muera como organización. Lo bello de la naturaleza es que esta muerte siempre da lugar a nueva vida.
Recomiendo la lectura de: Dos penalistas revelan los coladeros de la reforma anticorrupción del Gobierno.
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